La costumbre de compartir la cama con los hijos despierta amores y odios. Para muchos representa ni más ni menos que la comodidad de evitar levantarnos de noche cuando el niño llora, pero hay quienes creen que el bebé viene a la cama matrimonial a «tapar» conflictos de la pareja. ¿De qué lado estás?
En casa comenzamos a ser pro colecho casi sin darnos cuenta. Fue la consecuencia natural de varias noches sin dormir y un intento desesperado de -ya que no íbamos a dormir- permanecer en posición horizontal.
Todo bien con la teoría de que el bebé tiene que dormir en su camita. Eso todos lo sabemos. Pero cuando a una mala noche de incontables despertares le sigue otra…y otra…y ¡otra más!, los papeles se queman y el instinto de supervivencia es lo que manda.
Así es que casi sin darnos cuenta mi hijo terminó en la cama grande. ¿El objetivo? Tenerlo cerca por si volvía a llorar, asegurarme que el llanto no se deba a alguna dolencia, y simplemente ¡dormir! Tan mal no creo que esté…
Por definición, el colecho implica que los niños compartan la cama con sus padres. Y si bien es una práctica que casi no se discutía hace 100 años, y suma adeptos día a día, también están quienes no lo practican ni recomiendan.
Por suerte la licenciada Lorena Ruda (MN 44247) me tranquilizó al decirme que “siempre y cuando sea una decisión de la pareja, el colecho es una práctica recomendable” y reconoció que si bien compartir la cama “implica mayor comodidad para la mamá durante la lactancia, ya que la mujer descansa mejor y eso le permite mayor disponibilidad durante el día para responder a las demandas del bebé”, a la madre también “le da tranquilidad saber que su hijo está cerca para responder a su llamado”.
A la hora de enumerar los beneficios para el bebé, la especialista en maternidad y crianza me dijo que el hecho de que su madre responda rápidamente a su llamado “le da seguridad y contención”. “Se siente acompañado y respetado en sus necesidades de alimento, brazos, calor, amor, lo cual favorece a la construcción de su autoestima en un futuro”, destacó.
“Permanecer cerca del calor de los padres, sentir los latidos, tener a su alcance el pecho materno brindan tranquilidad y calma”, insistió la psicóloga. Y yo chocha de tener argumentos de sobra para cuando la tía de la tía de mi abuela me digan que estoy loca por haber metido al chico en la cama y vaticinar que me iba a “tomar el pelo” y después no lo iba a sacar de mi cuarto poco menos que hasta que empiece la facultad.
Y sobre aquello de que las parejas que integran a los hijos a la cama “grande” lo hacen para ocultar algún problema en su intimidad, fue clarita: “La sexualidad de la pareja no debe estar afectada por colechar. Lo que la alteró fue la maternidad y se empezará a reacomodar naturalmente. La sexualidad de la pareja puede estar activa y desenvolverse de la misma manera que si el hijo durmiera en otro cuarto. Si usamos la imaginaciónn y las ganas de encontrarnos con el otro, el colecho no debería afectar a la sexualidad”.
Creo que tengo luz verde para seguir.
Y como suelo decir, todo pasa muy rápido. Mi hijo no querrá dormir conmigo eternamente. Y si a mi cansancio y el sueño liviano del chiquito, le sumamos que nada se compara con amanecer con él a mi lado cada día, mi veredicto sigue firme: “sí” al colecho. ¿Quién más levanta la mano?