Ya hablamos acerca de lo duros que pueden ser los primeros días (¡y meses!) con un bebé recién nacido en casa. Y de lo importante que es para la mujer sentirse acompañada. ¿Pero qué pasa con el papá? El testimonio en primera persona de un «primerizo»
A Lucas lo conocí trabajando. Los dos éramos solteros, y no teníamos hijos. La maternidad me llegó a mí antes que a él la paternidad. Me acuerdo lo dulce y atento que me recibió cuando volví de la licencia de maternidad luego de haber tenido a Dante. Después dejamos de trabajar juntos. Él se casó. Yo quedé embarazada de Regina y a los pocos meses su mujer, de Brunella.
Lo único que me atreví a «recomendarle» cuando supe que iba a ser papá fue: «preparate para sentir el AMOR más grande que jamás imaginaste que existía». Para conocer TODO el resto de lo que llegaría a su vida junto con su bebita tendría tiempo.
Una tarde del verano 2017 nos encontró chateando sobre lactancia materna. Es que volvían de una consulta con el pediatra y Juli -su esposa- estaba muy angustiada porque le habían sugerido que si en el próximo control la bebé no aumentaba no recuerdo cuántos gramos le indicarían complementar la teta con leche de fórmula (¡tan poco empáticos pueden ser algunos médicos cuando quieren!).
Así, entre el sentimiento de culpa de esa reciente mamá y la impotencia de no saber cómo darle confianza de ese papá, surgieron las líneas que siguen. «Es que a nosotros también nos afecta el puerperio», me dijo Lucas. Y le pedí que lo escriba para compartirlo con ustedes.
En primera persona, un papá puérpero
«En la última reunión pre natal nos hablaron del puerperio, una palabra difícil y de una aceptación aún más complicada. Y no, más allá que algún hombre ya padre, con esa famosa mochila de experiencia sobre los hombros venga y te diga qué y cómo hacer, dejalo pasar. Agradecé el gesto, ajustate el cinturón y preparate para afrontar una montaña rusa llena de sentimientos encontrados, un ascensor de subidas y bajadas de ánimo, donde vos, hombre de la casa, tenés que hacerte cargo.
El embarazo lo podemos sintetizar en tres partes bien marcadas, en tres tercios que quedan evidenciados por los estados emocionales. Del primer al tercer mes, la emoción se apodera de nuestro cuerpo en su máximo esplendor. Del tercer al sexto mes, el disfrute se hace aún mejor, porque empezamos a ver cómo esa panza crece, como se mueve esa vida que está por llegar al mundo. Del sexto al noveno la cosa cambia. El nerviosismo y los cambios de humor en la mujer no hacen otra cosa que prepararnos para lo que se viene: el caos más lindo del mundo.
Llegar con el bebé a casa no hace otra cosa que hacernos sentir desnudos frente al mundo. No sabemos cómo reaccionar, porque en el sanatorio estamos cancheros, sabiendo que, ante cualquier problema, un botón nos soluciona todo (o al menos casi todo). Solos en casa, la cosa cambia. Las preguntas empiezan a tomar un ánimo diferente, que polula entre los interrogantes y el cansancio: «¿respira?», «no está muy abrigada/o?», «le dolerá la panza?», y miles (no exagero) de etcéteras.
Es increíble y, hasta divertido, entender los llantos del bebé. Juro que los aprendés. Pero, papá, también te juro que hay algo para lo que no estás preparado y deberás comprar paciencia en alguna parte: el llanto de la madre. El puerperio es un terremoto de emociones en la mujer, un sinfín de estados de ánimo que no hacen otra cosa que moverte el piso en reiteradas ocasiones por día. Tengo una frase grabada por muchos: «no es descabellado separarte ni bien nace tu hijo». Pero lógicamente, cuando hay amor, hay paciencia y un instinto que comienza a apoderarse de vos, el de ser padre, se puede batallar contra cualquier caos.
El bebé llora, la mamá llora. El bebé duerme, la mamá llora. El bebé está sucio, la mamá llora. Y ahí es dónde debe aflorar la fortaleza del papá. Y ojo; nadie nos enseña a ser papás, solamente tu hija/o, lo que se convierte en una hermosa historia de amor que jamás imaginaste vivir. Para no aburrirlos, hago un resumen de mi historia.
Brunella nació por cesárea, por lo que, por unos días, Julieta (mi mujer) estaba solamente abocada a darle el pecho, quizás, una de las tareas donde el padre más presencia debe tener. El desfile de puericultoras, en mi caso, no hizo más que dificultar el adiestramiento. Pasaba una y nos decía una cosa, al rato pasaba otra a decirnos que «así» no era. Nos enloquecieron y, para una mujer en ese estado tan sensible y con una bomba de hormonas en su indefenso cuerpo, es un trompazo a su confianza.
Ahí, papá, vos tenés que tomar la posta. No te quedés con que «no podés hacer nada», porque, en realidad, mucho trabajo depende de vos. Desde cambiar a tu bebé hasta limpiarle cuidadosamente su ombliguito, hasta convertirte en una máquina de aliento y empuje para tu pareja. Sos indispensable. No dejes NUNCA (así en mayúscula) de ayudar a tu mujer a darle el pecho a tu bebé, de asegurarte cómo es la toma y de estimular a la madre, de guiarla. Ahí está la palabra: sos el guía, porque si bien no podés poner el cuerpo, tenés que poner la cabeza y la tranquilidad que hace falta.
Mientras las cosas se van acomodando aparece un nuevo problema, porque no sólo las mujeres sienten el puerperio; los hombres también. Los cambios de humor, el sentirte apartado, la pérdida del lugar de confort y la poca atención recibida, pueden atentar contra la armonía que necesita una familia que empieza a sentir de a tres. ¿La clave para alejar discusiones? Ponerle punto final rápido a todo y hacer una tregua que le haga frente a estos cambios. No es fácil, pero tampoco imposible lograr un equilibrio. Eso sí, no te preocupes si los tiempos de paz tardan en llegar. Y por favor: no se vayan a dormir enojados.
Como dice esa vieja frase trillada, la única verdad es la realidad. Y, si bien es bueno investigar cómo serán los tiempos que te esperan, lo mejor es vivirlo y dejar fluir los momentos. Y cuando sientas que te caés del mundo, no lo dudes un segundo: levantá la vista, observá a tu hija/o y disfrutá ese instante donde el corazón te indica que vale la pena dejar de lado cualquier bronca para sentir todo ese amor.
A abrocharse el cinturón: comienza un viaje tan intenso como difícil, donde vas a cambiar tiempo de sueño por una risa que te va a alimentar el alma día a día y que, sin dudas, será el motor y el empuje que necesitás para afrontar cualquier adversidad. Disfrutalo, seguramente, será lo mejor que te pasó en la vida«.
Lucas Sawczuk
4 comentarios
Me encantó el testimonio de este papá… me sentí identificada porque cuando nacio Joaqui, papá también cumplió ese rol de ser el guía y aportar calma de una manera muy hermosa y paciente.
Que linda nota!
Muchas gracias!!!
Hermoso y real!
Lu, piel de gallina! Pusiste en palabras lo que muchos hombres de seguro sirven pero poco expresan. Y es que el puerperio debe ser un momento de mucha charla, de mucho diálogo; peor nacen nuevos roles para ambos y lo que separa a las parejas creo es precisamente la falta de diálogo.
Mira como será de bello este viaje que nos embarcamos tres veces y sin dejar pasar el tiempo!! Pero son momentos mágicos la llegada de los hijos y no se compara con nada, pero nada. Enamorarse una y otra vez perdidamente!!
Qué bueno escuchar el relato de un padre real, de saber que las cosas no son fáciles, son reales. Y en ese caos está el adaptarse o encontrar una nueva forma para este nuevo grupo. Hermoso relato!