Desde que #bebita comenzó a interactuar más con #hijomayor, los conflictos no tardaron en llegar. Y con ellos, el descubrimiento de un nuevo desafío como mamá (y van…). ¿Qué rol juegan los celos? ¿Cómo debemos mediar los padres? ¿Debemos mediar? Todo respondido por una especialista
«Maaameeeee».
La «palabra» dicha por Regina («dame» en su léxico que empieza a querer ser) muchas veces es seguida por un llanto. Otras, el que llora es Dante. A veces lloran a dúo.
«Mamáaaa Regina me sacó el auto».
En algunas oportunidades, antes o después del grito suena un golpe (de un juguete contra el piso, o de #bebita que, inestable aún en su andar, cae rendida en el «tironeo» por el trofeo en cuestión).
En defensa de #hijomayor debo decir que la pequeña desarrolló, juro que no sé cómo, la mala costumbre de morder y pellizcar. Y la aplica cuando avizora perdida la batalla.
Valeria Roca es consultora psicológica y organizacional y creadora de Wakami Consultores. A ella recurrí esta vez. Luego de un sábado de encierro en el que mis niños no dejaron objeto en la casa por el cual enfrentarse, ni motivo por el cual reñir, casi a modo de ¡SOS! le envié el siguiente cuestionario, que ella tan amablemente respondió. Y como siempre, en solidaridad con todas ustedes, madres, les comparto.
¿Cuáles son los motivos más frecuentes de peleas entre hermanos?
A simple vista siempre vamos a ver a hermanos discutiendo por juguetes, por qué programa de televisión o música escuchar, o si uno agarró algo de las pertenencias del otro.
Más allá del objeto de discusión, la pelea entre los hermanos -en el fondo- se asocia a la «búsqueda territorial» dentro de casa, las delimitaciones de su privacidad y por el lugar que ocupan dentro del sistema familiar.
Atrás de cada pelea entre pares hay una búsqueda de regulación entre ellos y de demostración de poder. Situación asociada a la búsqueda de amor y del lugar que ocupan o pretenden ocupar dentro del contexto familiar.
Los motivos en el fondo son una «anécdota» porque siempre van a encontrar algo diferente por lo cual discutir. Pensemos que un hermano es el primer ser humano que nos limita siendo un par, acostumbrados a la autoridad asimétrica con los padres; ellos son un canal más simple para evacuar enojos, tristezas o cualquier sentimiento que nos esté atravesando, tenga o no que ver con el vínculo de hermandad.
Como padres nos resulta más simple justificar que los berrinches, caprichos o enojos son por la llegada de un hermano, o porque uno molestó al otro y los celos son la causa de sus conductas, pero muchas veces esa no es la causa sino la consecuencia de algún otro malestar que no estamos pudiendo decodificar, donde el hermano oficia de «punching-ball».
Cuando los hijos se llevan poca diferencia de edad, ¿qué rol juegan los celos del hermano mayor al momento en que el menor comienza a interactuar y jugar como un par?
Los celos van jugando diferentes papeles a lo largo de la etapa evolutiva de todos nosotros, así como los adultos tenemos diferentes niveles de celos, los niños también son diferentes unos de otros frente a este sentimiento.
Sin embargo, cuántos de nosotros vivimos esa «mordida», «pellizcón» o «agarrada de cachetes exacerbada» hacia el hermano. La realidad es que estar celoso implica sentirse intranquilo, inseguro y hasta enojado, si no pensemos qué nos sucede cuando atravesamos una situación de celos.
Tener celos no significa que no se amen entre ellos, simplemente es una conducta casi instintiva para «proteger» el amor de sus padres o cuidadores.
Puntualmente, en el caso de los hermanos mayores, hay algo que les despierta la sensación de que el bebé de la casa dejó de serlo y como comienza a ser un «par», que agarra mis juguetes, y se sube a mi cama, camina y capta la atención de mi familia, entonces ya puedo tomarlo como igual y ahí aparecen los manotazos, las agarradas de pelos y todo aquello que hemos presenciado los que tenemos más de dos hijos o tuvimos algún hermano.
Ambos hermanos comienzan a experimentar esos celos por el otro que pueden traducirse en estrategias como:
– Querer imitarlo en todo
– Enfrentarse verbal o físicamente
– Somatizan su enojo y empiezan a enfermarse más
– Llaman la atención exagerando algún síntoma
– Relucir más enfáticamente los méritos logrados
¿Cuáles son (si las hay) las peores edades?
No sé si hay peores edades, lo que definitivamente hay son diferentes etapas evolutivas en las que se encuentra cada niño.
Cuando son bebés o pequeños y ello implica que aun no miden por sí solos el riesgo, nuestro estado de alerta como padres o cuidadores definitivamente no es el mismo que cuando los chicos son más grandes y a lo sumo participamos en regular «el tono» de las peleas.
¿De qué manera los padres pueden mediar en las peleas y hasta qué punto deben dejarlos que resuelvan el conflicto solos?
Creo que debemos enfocarnos más en «acompañar» la forma de resolución de las peleas que en tratar de evitarlas.
La forma en que resuelven con un hermano los conflictos es un ejemplo de cómo los resuelven en el exterior, frente a un compañero, un amigo o cualquier individuo por el cual se sientan molestos, por eso es necesario fortalecer y brindarles la mayor cantidad de herramientas emocionales para afrontar esa sensación.
Si como papás nos detenemos a observar la interacción entre los hermanos probablemente nos brinde mucha información de lo que necesita cada uno de ellos.
Creo que el mayor desafío como padres es «no etiquetar» a nuestros hijos, no pensar en uno en relación con el otro («él es más tímido», «ella es más sociable») porque aquí es donde participamos activamente en fortalecer la competencia entre ellos, perjudicando inclusive la construcción de su propia identidad.
La hermandad es un acto de amor maravilloso, pero se construye, no es constitutivo per sé por tener hermanos y como padres mucho tenemos que ver en ello. Cuando podemos escuchar las razones de ambos, no buscar culpables e inocentes, confiar en que aunque sean pequeños pueden resolver entre ellos la situación y «dejarlos» simplemente pelear un rato y luego amigarse, permitir que el tironeo de un juguete no sea una herramienta para que mamá o papá se pongan de un lado, y, principalmente, aportar el amor suficiente para que perciban que no necesitan de las peleas para llamarnos la atención, estamos no sólo colaborando con la relación entre ambos sino en la relación de cada uno con la sociedad.
Creo que si los padres logramos ser capaces de «corrernos» del centro y dejamos que el amor de hermanos trascienda, que se unan, aunque sea enfrentándonos, acompañando, pero no buscando ser pares, sino que ellos lo sean, dando amor y límites a la vez, la hermandad se convertirá en el mayor vínculo de amor que puedan vivenciar nuestros hijos.
¿Alguien más por acá atravesando esta etapa? Y parece que es larga, eh. Ánimo.